<modo cebolleta on>
Suzuka.... mil novecientos ochentaiocho.
Wayne Gardner y su potente honda Rothmans supera de manera flagrante y bochornosa a la Suzuki de Schwantz al final de la de la recta de meta, dejando que una triste y flaccida pegatina de "Pepsi" revolotée como loca por el aire nipón igual que una hoja de castaño en el ventoso otoño de Pittsburgh, Pensilvania.
Lejos de amedrentarse, el tejano recupera terreno en la frenada de final de recta y también en la trazada de la preciosa curva a derechas de doble radio decreciente para, justo después, salir catapultado a las míticas y enlazadas eses de Suzuka.
En ellas impera una regla inamovible: más aquí significa menos allí.... o dicho de otra manera, lo que ganes en una lo penalizas en la siguiente.
Esta regla queda hecha añicos por el osado tejano, un piloto nacido para romper moldes y hacer posible lo imposible.
Kevin maneja su ligera Suzuki igual un samurai maneja su katana, como una extensión de su ser.
Finalmente Kevin logra ponerse en paralelo al desdichado Wayne para iniciar un alocado exterior que se convertirá en un inteligente interior en la siguiente curva, marchándose irremisiblemente varias curvas más allá sin que la pesada y tosca Honda pueda hacer nada por evitarlo.
Era una época en la que cada moto tenía bien definido su filosofía, su comportamiento. Una época en la que cada moto hablaba su propio idioma y tan solo su piloto era capaz de entenderla para unirse a ella y exprimirla.
El rudo Gardner y su indomable Honda.
El intrépido Kevin y su ágil Suzuki.
..... el perfecto Rainey y su equilibrada Yamaha.
Nadie podía imaginarse ni por asomo que dos rookies en la categoría reina de 500, con puntiagudos motores y neumáticos de 5 vueltas, fueran capaces de dejar en evidencia a las míticas y consagradas vacas sagradas de la categoría.
Un incapaz Lawson, un desaparecido Mamola y un esforzado Gardner viendo inútilmente como dos recién llegados les abofeteaban en la cara en el circuíto del país de sus jefes: Japón.
Kevin curva tras curva, vuelta tras vuelta, va dando caza a un desmelenado Rainey, hasta que ambos se encuentran.
Ruedan en paralelo sin mirarse. Uno y otro saben que su archienemigo está ahí, acechándole, desafiándole. Después de tantos años luchando codo con codo en el AMA norteamericano, ambos pueden reconocerse sin esfuerzo.
La saben por el olor de su motor, por el aire cortado por el casco, por la manera tan peculiar de asomar la punta de la bota en la estribera, por como ese casco se inclina en las curvas, por cómo se pliega en el depósito.
Se huelen, se leen el pensamiento. Se odian y se admiran, se aborrecen y se estiman. Ninguno puede vivir ni con él ni sin él.
Cada derrota sabe más amarga cuando es vencido.
Cada victoria sabe más dulce cuando es derrotado.
Kevin y Wayne.
Wayne y Kevin.
Vuelta tras vuelta cada uno lucha contra las virtudes de su rival y su moto.
Rainey y su Yamaha no corren tanto como Gardner y su honda, pero frenan algo mejor y, sobre todo, la moto gira mejor.
Así pues, Kevin es capaz de aguantar el rebufo de la Yamaha cuando ésta le supera en la recta para, acto seguido, salirse del rebufo y tener metros de asfalto libre para frenar a muerte y adelantarle por frenada.
Wayne se resiste por el exterior, pero es inútil. Sin embargo el californiano sorprende al tejano metiéndole la moto por el interior en la curva de doble radio decreciente, sorprendiéndo a Kevin con la maniobra e impidiendo que ponga tierra de por medio en las eses siguientes.
En cada horquilla, en cada paella, Kevin fusila por frenada y estabilidad a la Yamaha, y en cada salida de viraje Rainey atosiga por aceleración a la Suzuki.
Nadie más cuenta, sólo dos jóvenes baqueros con un hambre infinita de gloria. El resto está en otro mundo. Tres títulos mundiales de 500 entre Lawson y Gardner quedan más allá de donde sus colines alcanzan a ver.
Cada vuelta parece la última. Sin darse tregua ni respiro, ambos llevan la batalla deportiva a una batalla personal.
Wayne adelanta a Kevin con la rueda delantera en el aire para llegar al punto de frenada de la curva a derechas y desacelerar al mismo tiempo que hunde la suspensión frenando. Entra por dentro limpio, pero Kevin aguanta el arco exterior unos metros para adelantar por el interior en la curva a izquierdas más lenta del circuíto, esa que lleva su nombre, esa que firma con Pepsi una vez sí y otra también.
Sin embargo Kevin tiene un problema. En Suzuka la recta más larga es la recta de atrás, y va precedida de una curva a izquierdas muy amplia en donde la Yamaha se defiende muy bien y en donde la aceleración en marchas más altas le confiere una ventaja.
Kevin no puede mantener a raya a Wayne en esa zona y siempre pierde por motor la posición. Ni siquiera puede disputar la frenada en la rápida de izquierdas en donde muere la recta.
Última vuelta.
Kevin frena y adelanta. Kevin mantiene la primera posición en los dos primeros sectores del circuíto. Tiene a Wayne detrás. Puede sentirlo por el sonido de su motor al frenar.
Llega la paella grande. Wayne sale acelerando sabedor de que sus opciones comienzan ahí, y consigue adelantar a Kevin finalizando la recta.
Kevin, con sangre fría, no se precipita en una maniobra arriesgada e inútir, sino que acorta metros frenando por la trazada correcta para entrar pegado al colín de la Yamaha en la curva a izquierdas que precede a la tortuosa chicane que da y quita glorias.
Llegan a la chicane, llegan al punto de frenada.
Rainey sabe que Kevin va a frenar a muerte, así que tapa el hueco e inicia la frenada justo en mitad de la pista, con los mismos metros de asfalto en su lado izquierdo y en el derecho.
Rainey frena fortísimo, como nunca, sabedor que sólo un loco podría intentar meterse por dentro y conseguir que su moto entre en la curva.... sólo un loco puede hacer eso.
Pero nadie dijo jamás que el tejano estuviera cuerdo. Kevin hunde la suspensión de su moto y frena con el tren trasero dando bandazos, mete la moto por dentro, se pone en paralelo..... ¡¡y lo consigue!!, ¡¡consigue meter la moto por dentro y trazar la chicane!!
¡¡¡Kevin Schwantz gana en Suzuka la primera carrera del año ante el júbilo de todo el público japonés, testigos de uno de los mejores duelos de la historia del motociclismo!!!
Suzuki, la hermana menor de las fábricas niponas, humilla a las todopoderosas Honda y Yamaha.
A nacido un marciano, ha nacido una estrella. Él es Kevin Schwantz, y su nombre perdurará más allá que su propia estirpe.
Rainey acepta la derrota dolido, serio, asqueado por perder lo que era suyo. Y justamente ese amargo sabor, esa detestable sensación de vacío y frustración fue la que hizo que Rainey ganara, antes que Kevin, su primer campeonato del mundo de tres consecutivos, pero eso sería 3 años más tarde después de muchas mañanas de increíbles y apasionantes batallas con el larguirucho tejano.
Ese día también nació otra estrella tan brillante o más que la anterior. No olviden su nombre: Wayne Rainey, el hombre de hielo, el hombre perfecto.
Dos rivales....
Dos amigos....
Dos pilotos para la eternidad.